Si bien la pandemia está dejando a la vista nuevos aprendizajes, inusitadas capacidades y formas de adaptación, es también un triste escaparate que revela monumentales verdades sociales de desigualdad, carencias y necesidades que requieren cambios urgentes para evolucionar a una sociedad más justa.
Una de dichas revelaciones – y miren que hay muchas de donde elegir – , se refiere a la engañosa afirmación de que con el paso del tiempo, las tareas en el hogar han sido distribuidas de maneras más justas. Si bien es cierto que, a diferencia de la década de 1970, los hombres ahora se involucran más en las actividades familiares – incluyendo las labores domésticas – , las tareas en casa continúan mayormente depositadas en las mujeres, nutriendo un fenómeno que sólo cambió de sede.
Durante los últimos meses, ha sido muy complicado para las mujeres tener que compaginar las obligaciones laborales remuneradas —desde el homeoffice —, con las obligaciones del trabajo no remunerado ni reconocido que implica mantener en orden el hogar, la limpieza, las compras, la preparación de alimentos, el cuidado de los hijos, las tareas escolares, las actividades de socialización y entretenimiento, el cuidado personal y emocional de los integrantes de la familia, además de los cuidados especiales de algún familiar del que pudiera estar a cargo en casa o fuera de ella.
De modo que la mujer amorosa, empática y responsable del cuidado familiar y laboral, continúa enfrentándose a la lucha por cumplir con obligaciones sociales, de servicio y de carácter, mientras nivela un trabajo cuyo objetivo principal es el cuidado de la vida y del bienestar, con los beneficios y las libertades que arrebata de su otro trabajo en el mercado laboral.
López (2009), afirma que la equidad en la oferta de cuidados, es uno de los aspectos peor resueltos en las parejas, de modo que tal igualdad está todavía lejos de conseguirse y no es un tema de estar en contra del hombre, sino de cuestionar esta biografía histórica que se sigue perpetuando. El hombre puede mantener la libertad de actuación y dedicación casi única al mercado laboral porque hay alguien haciéndose cargo de lo demás. Una participación masculina en las labores del hogar, comúnmente comprende mayor libertad de tiempos y de actividades, porque se delega en la mujer los aspectos del cuidado, manteniendo así el mito que se refleja en la siguiente afirmación: “mi marido es un amor porque me ayuda en la casa”.
También es cierto que algunas mujeres han logrado desplazarse entre las demandas laborales y las del hogar, reduciendo las exigencias de estar completamente a cargo de ambas; acción que a su vez mantiene la cultura asimétrica que sigue desplomada sobre la mujer, ya que es común que las responsabilidades del cuidado caigan en otra mujer, ya sea trabajadora doméstica o familiar, a la que hay que supervisar para que las tareas se ejecuten bajo los estándares esperados.
En estos últimos meses, las vidas de mis consultantes han sido un reflejo de estas desigualdades. Sin importar si están emparejadas o separadas, siguen siendo sido víctimas de esos paradigmas cimentados en la historia que, junto con la obligada característica de ser multitask, hacen evidentes estas y otras desavenencias familiares, sociales y culturales.
Varela (2013) dice que “nombrar, es un paso decisivo para el reconocimiento” y, sobre todo, para la toma de conciencia. Hoy es pertinente nombrar la desigualdad en el hogar como una forma de violencia de género y es necesario concebir nuevas circunstancias que generen una nueva manera de ser y coexistir en el mundo.
Referencias:
López (2009) citado en Gómez-Zapiain y cols. (2012). Recuperado de http://revistas.um.es/analesps/article/viewFile/140782/126862
Varela, N. (2013). Feminismo para principiantes. Penguin random house. Barcelona.