Hay una cita del doctor Enrique Dussel que señala cómo el movimiento feminista ha puesto el dedo en la llaga de lo social a la familia como un espacio de socialización machista por excelencia, el cual tiene y debe de morir[1]. Los guiones que aprendimos siendo niños y niñas nos acompañan a lo largo de nuestra vida y desde ahí valoramos, sentimos y actuamos en nuestra realidad. Vemos con normalidad pensar al amor en un sentido de propiedad “si no es mía, no será de nadie” y tazamos el cariño en función de qué tanto la persona frente a nosotros cambia para nuestro goce y placer: “si me amas debes cambiar”.
Así, acudimos a terapia de pareja exponiendo como motivo de consulta “la falta de amor” de la que nos sentimos víctimas. Desde nuestro guión de ser hombres, enaltecemos la idea del sacrificio de lo femenino en aras de la familia.
Estos guiones no son únicamente seguidos por los hombres, pues la trampa -casi perfecta- del sistema de dominación patriarcal es sujetar a las mujeres también. Pensemos que la noción de maternidad como una cuestión naturalizada que excluye a lo masculino de los procesos de crianzas; de ahí que la resolución del Suprema Corte de Justicia de la Nación[2] declare inconstitucional la custodia automática, de menores, que se le concedía a las madres, es un avance significativo que cuestiona los estereotipos de género sobre los que se crean desigualdades.
Para que se dé la muerte de la familia machista es necesario cuestionar las ideas de dominación y sometimiento que hombres y mujeres reproducimos, aunque digámoslo de manera abierta y directa: la ecuación está totalmente desbalanceada, pues mientras que todos y todas tenemos una participación en la reproducción de dichas relaciones abusivas, somos los hombres quienes cosechamos una mayor cantidad de privilegios y son las mujeres quienes viven las violencias más extremas, es decir, mientras los hombres sufrimos por no poder sufrir en público, la mujer teme que su cuerpo sea usado y sacrificado en el espacio público.
El fin de la familia machista
Para que se dé la muerte de la familia machista habrá que imaginar qué tipo de familias (el acento está en esta última “s”, que señala la pluralidad) queremos y necesitamos que nazcan. Esta es, ante todo, una idea de transformación. Algo en lo cual una psicoterapia sistémica crítica debe abonar. En la conversación terapéutica donde una adolescente, maltratada por su padre, nos pregunta cómo distinguir entre el amor y la violencia, se alberga la semilla sobre la que se han de construir sus nuevas relaciones.
Pienso que las familias que han vivido violencia y deciden acudir a terapia son el ejemplo vivo de una contradicción. Tienen un pie en una dinámica del mucho dolor que les ha producido y tienen otro pie puesto en el futuro. Desean que su familia sobreviva, pero no desean — y de eso me han convencido plenamente en muchas horas de diálogo — que la violencia las siga acompañando.
En este sentido, la terapia invita a un cambio al que no todos(as) han de aplaudir, porque no a todos(as) les beneficia. Pensemos que no todas las terapias de pareja tienen como final el famoso “vivieron felices para siempre”, pensemos que algunos padres maltratantes logran encontrar nuevos caminos para proveer cuidado y crianza, pero también que algunos no lo logran.
Quiero pensar que la psicoterapia se construye sobre la contradicción de lo nuevo con lo viejo, el pasado y el futuro, el olvido y la memoria, la violencia y la vida.
Quiero pensar que ahí donde muere una familia machista germina tan frágil como el trigo la concepción de una familia libre y justa.
Referencias bibliográficas
Tarragona, M. (1990). La mujer en la terapia: hacia una terapia sensible al género. Psicoterapia y familia, 3, 20-27.
Papp, P. (1988). El proceso del cambio. México.
Paidós.
[1] Se puede consultar la entrevista completa al doctor Enrique Dussel con motivo del paro de las mujeres el 9 de marzo: https://youtu.be/Rui–JPGTI0
[2] En el Boletín No. 195/2019 la SCJN declara inconstitucional la norma de la Legislación de la CDMX, que otorga a las madres la preferencia automática para ejercer la guarda y custodia provisional de los niños menores de doce años en los juicios de divorcio, pues este tipo de resoluciones no sólo reafirmaba los estereotipos de género tradicionales, sino que abona en la concepción del rol mujer-madre evitando erradicar la concepción de feminidad tradicional.