Las condiciones actuales en las que vivimos, han complicado muchas cosas. La pandemia nos ha mantenido en casa, lejos de seres queridos como amistades o familia extensa, además de tener bajo amenaza nuestra salud. Indudablemente ha provocado que nuestros hábitos se modifiquen, pero ¿nos ha quitado el control de nuestras vidas?
Desafortunadamente este aislamiento, ha potencializado los efectos de problemáticas preexistentes vinculadas a la violencia: las actitudes estereotipadas de roles de género, el pobre control de impulsos o gestión emocional, la historia de vida de maltrato y el estrés constante.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), la violencia es “el uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones”.
Tal como se describe en la definición, la violencia es un ejercicio de poder y dominación, que suele transmitirse en cascada, de una persona con mayor jerarquía a una persona con menor jerarquía, muchas veces simbólica y determinada por el sistema patriarcal. En casa hay alguien que tiene mayor poder, que tiene la última palabra y que toma las decisiones importantes.
¿Quiénes pueden ejercer la violencia? Todos y todas, pues formamos parte de una misma cultura que la ha naturalizado. He tomado como referencia al autor Jorge Corsi (2006) quien ha creado un programa de intervención para el trabajo con generadores de violencia. Su programa incluye técnicas para la auto observación, pues indica que los generadores de violencia suelen tener dificultades para diferenciar la expresión de sentimientos agresivos de la conducta violenta; al punto de no comprender entre sentir enojo y actuar violentamente, así como no diferenciar entre sentimientos y pensamientos. Requiere tiempo y paciencia aprender a mirarse y escucharse; y va de la mano con un cambio de actitud fundamental: estar sumamente atentos a sí mismos y a los mensajes provenientes de sus propias percepciones en lugar de centrarse en los otros como supuestos culpables o causantes de enojo, frustración, desánimo, golpes, gritos, burlas o rencor.
Jorge Corsi (2006) también usa técnicas de reestructuración cognitiva con las que se revisan prejuicios, ideas y valores, estereotipos de género y masculinidad; además de desmenuzar el mito de que no ser violento es igual a no enojarse, evadir conflictos y discusiones; lo que es una postura peligrosa que podría provocar un acumulo de tensiones que estallará en algún momento. Por el contrario, promueve el desarrollo de la asertividad, que es la capacidad de expresar lo que se piensa y se siente, defender con decisión y firmeza los derechos, pero sin dejar de respetar a los demás.
¿Qué tipo de violencia podemos estar ejerciendo? De acuerdo a los medios utilizados podemos distinguir el maltrato físico, maltrato emocional, maltrato económico y maltrato sexual. En las interacciones cotidianas con mucha regularidad quién ejerce violencia suele darse cuenta cuando ya es demasiado tarde, cuando la emoción se ha apoderado de sus conductas y es difícil volver atrás.
¿Cómo evitar llegar al punto sin retorno? Desarrollar habilidades en asertividad o análisis sobre los prejuicios y valores para una reestructuración cognitiva son difíciles de lograr en soledad, pero siempre hay un camino por el que es posible iniciar: la auto observación y la técnica el time-out o tiempo fuera.
Pensemos que nos encontramos ante un evento negativo o frustrante que nos provoca enojo. Podemos estar acompañados o solos. Primero, es importante aprender a detectar indicadores corporales personales ¿qué sentimos en el cuerpo?: aceleración del ritmo cardiaco, calor o frío excesivo en determinadas zonas, dificultad en la visión, dificultad para hablar o un cambio brusco de voz, hormigueos en los brazos o las piernas, sequedad bucal, sudoración, palpitaciones, etc. Estos indicadores funcionarán como una luz de alerta roja ante situaciones de peligro y así evitar la aparición de la violencia.
Una vez percibidos los primeros indicios, se debe interrumpir la discusión y salir del lugar; esto debe ser comunicado previamente a las personas que acompañan, para que sepan la razón de la interrupción o de la salida apresurada. No es un medio de escapar ni una salida fácil; es una técnica que se emplea de manera cooperativa antes de que los sentimientos se acerquen a hacerse incontrolables.
¿Qué hacer en el tiempo fuera? Reflexionar sobre lo que está ocurriendo. Realizar algún tipo de actividad que ayude a bajar la adrenalina (evitando actividades agresivas como golpear algo porque pueden ayudar a mantener la tensión). No beber ni conducir vehículos en ese estado y llenar el siguiente cuadro puede ayudar:
Descripción de la situación | ||
¿Qué pensé? | ¿Qué sentí? | ¿Qué hice? |
Después de un lapso de tiempo, si aparece la calma quizá sea posible retomar la discusión o tal vez sea un buen momento para meditar posibles soluciones. Es recomendable comprobar, si hay otra persona involucrada, que la otra persona también se sienta mejor.
Progresivamente, la práctica del time-out puede ayudar a asimilar que el enojo es un sentimiento y la violencia una conducta, un modo de expresar ese sentimiento de enojo que puede ser reemplazado por otras conductas menos dañinas.
Referencias
Corsi, J. (2006) Violencia masculina en la pareja. Buenos Aires-Barcelona-México: Paidos