Han trascurrido nueve meses desde el inicio de la pandemia por el virus SARS-CoV-2 que nos ha mostrado nuestras enormes contradicciones como sociedad.
Particularmente, el confinamiento como casi la única medida para controlar la enfermedad trajo la consecuencia de que en los hogares se difuminaron las ya de por si endebles fronteras de los escenarios de la cotidianidad de las mujeres.
Hablo de las labores de lo hogar, la educación formal de los(as) hijos(as) y el trabajo asalariado.
Quienes compartimos los escenarios virtuales, hemos visto alguna escena en la que una madre lucha por seguir conectada en la plataforma donde realiza su trabajo. De fondo se escuchan las clases en línea de sus hijos(as) y quizás el algún momento, irrumpe otro pequeño en reclamo de su atención.
Seguido de esta escena viene la disculpa por no haber podido controlar todo y permitir que su vida cotidiana irrumpa en su trabajo.
Me pregunto de qué se tiene que disculpar esa mujer.
– ¿De vivir en un contexto en el cual los estereotipos de género la someten a hacerse cargo en automático de la vida familiar?
– ¿Por estar en un país en el que los hombres seguimos durmiendo el sueño de los justos? Del 100% de las horas que se invierten para sostener funcionando un hogar, nosotros aportamos la ominosa cifra de 23.4% y ellas aportan un 76.4%?
– ¿De la situación económica de un país que se sostiene de un alfiler? Siendo que el trabajo no remunerado que hacen las mujeresi, para el 2018 se estimó en un valor económico de 17.7 puntos del PIB?
– ¿Por estar en una sociedad en la que hemos construido la idea de enaltecer el sacrificio de las mujeres por el “bien” de la familia?
– ¿De no haber previsto desde la política pública que el confinamiento y el famoso home office, multiplicaría la carga de trabajo? Ahora los distintos escenarios están apenas separados por una puerta.
La sobrecarga de trabajo y estrés asociados al mantenimiento del hogar, a la que nuestra sociedad somete a las mujeres, trae como consecuencia deterioro en la salud física y mental.
Se podrían seguir haciendo estudios científicos asociando los padecimientos crónico degenerativos de ellas y sus estilos de vida.
Dice Gabino Palomares: viendo como se va la vida al agujero, como la mugre en el lavadero.
Ante este deterioro de la salud mental, no sorprende que cuando esas mujeres llegan a terapia, lo que menos habría de trabajar es que se controlen aún más.
Por el contrario, es necesario reconocer que su malestar también es un signo de salud mental, con el que se intentan desafiar las atroces condiciones de desigualdad.
Es necesario validar que la incomodidad es un termómetro que indica la posibilidad de buscar cambios.
“Poder con todo” aún a costa de la propia vida, debe ser cuestionado.
Para cambiar la repartición desigual del trabajo en casa, será bueno prepararse para un periodo de crisis familiar.
A medida que sigo escribiendo este texto, también me pregunto qué tanto cada letra ha sido una beneficiaria directa o indirectamente de estos privilegios.
Recuerdo con un humor nervioso la escena de una caricatura de mi infancia en la que un gato sube a una rama. Para escapar de una persecución, comienza a cortar esa rama e intentar ponerse a salvo de su enemigo. Apenas lo logra, se da cuenta que esa solución le permitió salir del callejón en el que estaba, al costo del riesgo de caer.
Que una voz masculina denuncie esa situación abusiva e injusta en la que se sostienen las dinámicas abusivas de los hogares no es una falsa solidaridad.
Estas palabras, pretenden ser una trampa en la que yo mismo como otros, caigamos para romper los privilegios sobre los que se ha construido nuestra sociedad.
Referencias bibliográficas
- INEGI (2018). Cuenta satélite del trabajo no remunerado de los hogares en México, 2018.
i Debido a la pandemia por el COVID-19 diversas estimaciones hablan de que en 2020 la economía de nuestro país caerá alrededor del 9 o 10 por ciento, imaginemos teniendo en mente esta cifra, lo que representaría perder los 17 puntos que aporta el trabajo no remunerado que aportan las mujeres.