En palabras de Humbeto Maturana (2007), “Quien tan sólo tolera a otro, lo deja en paz por un tiempo, pero siempre tiene un cuchillo listo a sus espaldas. No le escucha, no le presta verdadera atención, sus propias ideas y convicciones están en primer plano. Aunque el otro está equivocado, uno espera un poco con su liquidación; eso es tolerancia…Hay aceptación cuando se sigue el camino de la objetividad entre paréntesis, cuando se enfrenta la cosmovisión del otro con respeto; se está dispuesto a escucharle, a interesarse por su realidad y a aceptar la legitimidad fundamental de esta”
Hablar de diversidad no es un tema fácil porque implica dimensiones entrecruzadas en las que cada observador y su propio contexto juegan el papel más relevante para entenderla. Con lo anterior me refiero a que uno mismo es quien construye parte de la realidad y quien le otorga un valor intrínseco a cada particular aspecto que experimenta en su vida. De modo que no es fácil establecer acuerdos que sean aceptables para todos, cuando lo que debe ser para unos, para los otros no debe ser.
Hace poco compartí un viaje con un gran amigo. Él se ha comprometido con su novio y quieren pasar el resto de su vida juntos. Si esta fuera la historia de una amiga, la relevancia de la noticia caería en los detalles de la fiesta y la ceremonia para consumar su amor. Sin embargo, al ser una historia de dos varones, lo trascendente es la naturaleza de su relación y las estrategias que deberán enfrentar para gozar de los derechos que como individuos les corresponden, pero como homosexuales les han sido arrebatados. El tormento actual les implica desde definir si hacen pública la noticia y la manera en que será explicada a su familia de origen y ya ni hablar de lo que social y legalmente deberán enfrentar.
Como sociedad oscilamos entre una postura normativa absolutista y el interés en que haya cierto orden en las cosas[1].
El que haya ideas sobre el deber ser, implica que haya patrones de comportamiento esperados para actuar/pensar/ser la gente y, aquel que salga de la norma, es descalificado. Hablar de lo que está bien o está mal es un tema de posturas de la concepción de la realidad que dependen del juicio del observador, que siempre estará influenciado por su contexto.
El problema radica en que la probabilidad de lo diverso también existe en el orden, sin embargo, el rechazo al mismo depende de nuestra definición de orden “atribuyendo significación, importancia y preeminencia exclusivas y arrojando lo demás al cesto del desorden” (Watzlawick, 2007). Es decir, se busca que aquello que sucede fortuito, cuadre con el orden de la realidad a la que uno pertenece, de modo que cualquier cosa que diste de encajar en lo que cada uno definimos como orden natural, será considerada como errónea.
“No hay pueblo que no se haya creído el elegido”, canta Dexter.
Es por eso que cuando hablamos de diversidad, deberíamos hablar de personas que solo son personas, es decir, humanos. En lugar de eso, acostumbramos a poner etiquetas que encasillan, y les damos un juicio de valor que finalmente les aporta atributos (casi siempre negativos) como si fueran propios del otro, cuando el que los pone soy yo.
Es tiempo de dar entrada a todo lo que supone algo distinto. Familias diversas donde abuelas y tías que se vuelven madres; donde hay hermanos de vida y no de sangre; las monoparentales u homoparentales; las de parejas diversas: heterosexuales, homosexuales, bisexuales o poliamorosas; aquellas que profesan religiones diversas y donde hay integrantes con diversas identidades de género.
Esta deconstrucción de la otredad también implica reconocer que somos una sociedad heterogénea donde convivimos inmigrantes, refugiados, chairos, fifís, personas con alguna discapacidad, mujeres, personas de la tercera edad, niños, indígenas y cada uno de los grupos marginados u oprimidos.
Es urgente dar paso a la aceptación, no a la tolerancia y menos a la resignación. Porque aceptar es respeto incondicional sin oposición, mientras tolerar, diría Maturana, es confrontación diferida. Parece lo mismo, pero tolerar podría implicar en el fondo la posibilidad de desvalorizar al otro.
La reflexión a la que aliento es que cuando hablemos de diversidad vayamos más allá del respeto, rompamos creencias rígidas y demos paso a la aceptación, hablemos de humanos y dejemos fuera las etiquetas.
Bibliografía:
Watzlavick, P. (1976). ¿Es real la realidad? Confusión, desinformación, comunicación. Herder Editorial. S.L., Barcelona.
[1] Esta idea está desarrollada en una de las propuestas de la “desinformación humana”, Watzlavick (1979).