Covid-19: Carta a los profesionales de la salud

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La pandemia nos ha afectado de muchas formas. Nos ha mostrado la fragilidad humana, que tan a menudo pasamos por alto. Se ha infiltrado en nuestras relaciones y en nuestros encuentros. Ahora hay más prudencia en una llamada que en un abrazo ¿quién lo iba a decir? Nos damos cuenta de lo mucho que nos alivia conversar con otros justo cuando hacerlo se ha vuelto un juego de equilibristas entre la distancia y la tecnología.

Todo esto me lo contó un laboratorista que trabaja en la Ciudad de México. Además -prosiguió- están los rituales en el equipo. Cada vez que nos ponemos las batas y las mascarillas nos tomamos una foto. Esa imagen nos hace recordar que nos exponemos para que otros no se expongan, que nos jugamos la salud para que la población la conserve. No ha sido fácil, pero rituales así te hacen saber que no estás solo.

Claro, los rituales, la compañía, el habla. Mientras escribo esto, me pregunto cuántas veces como humanidad nos hemos enfrentado a estas pruebas temibles. Pienso en la primera enfermedad, antigua como las piedras, y en su efecto atemorizante en nuestras costumbres y nuestros lazos. Pienso también en los ritos que antaño nos salvaron, y en como las batas y las mascarillas se confunden con los atuendos ceremoniales y las máscaras totémicas de ese pasado tan presente.

Hay algo, entonces, que mantiene unidas nuestras prácticas y nuestras esperanzas: la confianza en las otras personas. La resolución profunda de servir y ayudar, compartida por quien se encuentra a nuestro lado. La compañía de esas personas que, como tú, se visten con batas y mascarillas, con atuendos y máscaras, para arrebatarle cifras a la sepultura.

¿Hay algo que aprender de toda esta situación? La respuesta aparece ancestral y poderosa, aunque es más un recordatorio que una novedad.

Nuestra mutua dependencia. Nos sostenemos con las demás personas, reímos con ellas. Lloramos, también, con otros y por otros. Construimos lazos que a su vez nos construyen. Decimos “cuídate” o “abrígate” a personas que lo dirán a otras, acaso a nosotras mismas. Las palabras y las acciones discurren en una red infinita de relaciones que no debemos olvidar, pues es la matriz social que nos forma y nos atraviesa. Dependemos de los demás, tanto como los demás dependen de nosotros.

Tú, quien me lees, vas creando con tu lectura el sentido de esta carta, y a la vez que estás moldeándola, me justificas a mí, quien escribe esto pensando en tu rostro y en tu circunstancia. Que seas tú quien me lee y yo quien te escribe es una función secreta del azar que, sin embargo, solo opera dentro de nuestra mutua interdependencia, a través de los nuevos ritos que nos sirven para acompañarnos por medio de estas palabras.

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