Al verse rebasados por las conductas problemáticas, muchas madres y padres acceden a llevar a su hijo o hija a consulta psicológica. En muchos casos, puede deberse a petición escolar, cuando los docentes señalan que el menor presenta poco control de impulsos, rabietas, violencia verbal y/o física, bajas calificaciones o falta de motivación para los estudios.
Como terapeuta, me parece pertinente preguntarles a niños, niñas y adolescentes qué saben de sí mismos, pues suelen tener la mente en blanco o sentirse apenados, pero les resulta fácil comenzar por describirse como «problemáticos».
Si son menores de edad, entablo un diálogo con su acompañante, el adulto, generalmente madres, y en otros casos, padres o abuelas. «¿Qué sabe usted de su hijo/a?», le cuestiono. Para ellas suele ser fácil comenzar una serie de quejas, anécdotas y situaciones incómodas… Las escucho y después continúo, ¿qué virtudes, habilidades o fortalezas identifica en su hijo/a? ¿Tiene algunas?
Este cuestionamiento normalmente las impacta. Y aunque se toman tiempo para meditar, en sus respuestas tienen dificultades para encontrar las virtudes de sus hijos. Es evidente que el problema ha invadido la manera en la que ven a sus hijos e hijas, y por supuesto en la manera de tratarles.
¿Qué estamos aportando al autoconcepto de niños y niñas?
Según Newmark (2002), el autoconcepto es un conjunto de características físicas, afectivas y estéticas con las que una persona se define a sí misma. En su desarrollo intervienen la valoración recibida de otros, experiencias de éxito y fracaso, las comparaciones sociales y un marco interpretativo propio.
En el caso de niños y niñas, con un criterio propio en desarrollo, todo lo que saben de sí mismos es lo que escuchan de quienes están a su alrededor; también por ello son susceptibles al bullying.
Como padres o adultos cercanos a los niños y niñas es importante hacer consciencia de qué les decimos. Pues los efectos son de larga duración. Es decir, pueden pasar su infancia, adolescencia o el resto de su vida percibiéndose a sí mismos como “desobedientes”, “problemáticos”, “temerosos”, “enojones”; y llegar a la adultez considerando a estas características parte de su identidad.
Es importante tomarse un momento para recordar: ¿qué es lo que escuchabas de ti siendo pequeño/a? ¿Te gustaba? ¿Continuas mirándote de ese modo?
No tengo la intención de sugerir que esto solucione un problema multifactorial. Únicamente, me gustaría invitar a reflexiones sobre cómo nuestra mirada puede ayudar a prevenir o a combatir conductas problemáticas.
Newmark (2002). Cómo criar niños emocionalmente sanos: satisfaciendo sus cinco necesidades vitales y también las de los padres. Mexico: Manual moderno.